Continuación de: Dos líneas (primera parte)
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Después de hallar esos tres
cuerpos, los policías vieron la necesidad de registrar toda la habitación, dado
que era evidente que estaba ocurriendo algo fuera de lo normal. Un detective
fue llamado a la escena para tal efecto; Jorge me dijo el nombre… ¿cuál era el
nombre? No lo recuerdo. El detective de inmediato elaboró un reporte detallado
de las circunstancias generales en que se encontraban los cadáveres. Sin
embargo, según afirma Jorge, un segundo reporte en el que el detective
detallaba mayormente las condiciones específicas de cada uno de los cuerpos,
tomando algunas notas preliminares para el esclarecimiento de las causas de la
muerte de cada una de estas personas, quedó inconcluso. En él, según dice Jorge,
no había grandes avances realmente, puesto que ninguna de las notas tomadas por
el detective parecía conducir a alguna conclusión sobre las muertes, y lo que
más había en esas notas eran razones para descartar algunas de las posibilidades.
En resumidas cuentas, parece ser
que no había motivos para creer que alguno de los muertos hubiese sido víctima
de envenenamiento, cuestión que había que temer, pues una de las posibilidades
más obvias ante el ojo de cualquiera respecto de este caso, sería la de que la
habitación hubiese sido invadida por alguna especie de gas venenoso —razón por
la cual los policías habían determinado no entrar más ahí sin protección ante
sustancias inhalables— o que hubiesen sido envenenados por vía de su comida, lo
cual ha sido ya descartado. El mismo detective siguió aquella disposición
mientras realizaba su escrutinio, pues fue cuidadoso en usar un respirador
especial con varios filtros. Por otra parte, el detective se atrevió a mover
por primera vez los cuerpos, luego de registrar todos los escondrijos del cuarto
en busca de aberturas sospechosas o contenedores o dispositivos que hubiesen
podido ser usados para liberar algún gas en la habitación, y buscó en ellos
rastro de alguna herida que les hubiese podido causar la muerte o evidencias de
alguna enfermedad. Nada de ello pudo encontrar, salvo por algunos moretones —atribuibles
a la caída— en el cuerpo de la madre, de modo que habría que esperar a realizar
una autopsia. Pero el detective decidió entonces continuar con estas nuevas
averiguaciones y tomó extensa nota de la vestimenta que portaba cada uno de los
cuerpos. También procedió a describir el escritorio de López de Gracia y cada
uno de los objetos que en él se encontraban, estableciendo que no había rastros
de violencia en ninguna parte. Pero sus anotaciones sobre los objetos del
escritorio quedaron inconclusas: justo cuando comenzaba a describir el aspecto
del Cuaderno de intentos y frases sueltas.
Cuando los gendarmes entraron a la habitación —debidamente protegidos por
máscaras con filtros—, para ver si el detective requería alguna cosa o si
estaba por terminar su indagación, lo encontraron tirado en el suelo, sin vida,
justo a un lado de la silla de Rubén, en posición similar a la que tenía la
madre del escritor cuando la encontraron. En las manos del detective estaba todavía
la libretilla en que hacía sus anotaciones, cuando le retiraron la máscara, sus
ojos estaban bien abiertos y su rostro tenía una expresión de sorpresa. Lo
último que había escrito en su libreta decía: “un libro abierto sobre el
escritorio, hojas anchas y blancas (libro en que, evidentemente, escribía el
señor Rubén López), dos líneas escritas en la página visible, las líneas dicen:...”
y justo ahí termina lo escrito por el detective. Jorge insiste en que al leer
las líneas para transcribirlas, el detective sucumbió al hechizo de esas
palabras que él, el buen Jorge, no se ha atrevido a leer y ha tratado de mantenerlas
fuera de su vista.
Yo leeré ese cuaderno, de eso estoy
seguro. Es por ello que me dirijo a la casa de López de Gracia, en donde
todavía se encuentra el cuaderno con su “página maldita” y donde Jorge, que ha
quedado temporalmente a cargo del lugar me ha prometido dejarme entrar.
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L. Pulpdam
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