Presentación

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lunes, 26 de diciembre de 2016

Amor por razonar



El mundo no está en contra del arte ni contra cualquier actividad que no se ajuste a la productividad. Aunque el mundo se enfoca a intentar perfeccionar los mecanismos que proporcionen la máxima productividad. El arte no es un producto, pero se puede consumir como tal; la reflexión nos parece poco productiva, pero mediante ella se pueden innovar y justificar las metodologías que garanticen la mejor productividad. Tales paradojas nos demuestran que no tenemos totalmente claro cómo usar adecuadamente las perlas de la razón, ni si hay un modo adecuado de convivir con el mundo productivo. Dicho de otra manera: todo artista u hombre de ocio no se encuentra en el extremo de odiar el egoísmo comercial hasta el punto de no formar parte del mismo, ni el mundo comercial arruina el arte o la posibilidad de reflexionar. El mejor modo de vida no se encuentra en la incorpórea pregunta por el ser ni en la posibilidad de tener la satisfacción plena de los sentidos.

Más que una definición, la filosofía, como cualquier arte, es una actividad, lo cual no la transforma en mera acción o producción. Pero sin acción no hay filosofía. ¿Cuál es la pregunta central de la filosofía?: ¿cuál es el mejor modo de vida? La pregunta nos obliga a observar nuestras acciones (ya realizadas y las que estamos planeando) a reflexionar si ellas fueron y son las mejores. La pregunta central de la filosofía nos obliga a reflexionarnos a nosotros mismos, a saber por qué actuamos, para qué actuamos; ¿cuál es el mejor modo de actuar?, ¿qué acciones nos acercan más a filosofar? Separar la reflexión filosófica de la actividad inevitablemente lleva a creer en el destino, a aceptarnos como totalmente indefensos ante lo que “algo desconocido” nos depare; el destino es todo poderoso y nuestras acciones son débiles, víctimas de ese algo. Creer en la impotencia de la acción, de la elección por lo justo, por lo mejor, es creer que el filosofar es destino. Qué sea la sabiduría y cómo es posible acercarse a ella afecta directamente a la pregunta principal de la filosofía. 

Vivir y reflexionar en un mundo productivo es posible siempre que nuestro interés, el punto vital de nuestras acciones, apunte directamente a la búsqueda por la sabiduría. Un albañil puede filosofar sin necesidad de hacerse con los medios de producción siempre que su amor hacia el saber lo ayude a encaminarse hacia la actividad reflexiva; si lee un diálogo platónico con amor, posiblemente podrá hacerse de las preguntas socráticas sin necesidad de tener un doctorado. El chico de oficina que no es consciente de su espacio en el mundo por carecer de una ventana, siempre podrá apoyarse en lo que hace y cuestionar si su actividad es justa o injusta; si el rellenar formatos, oficios, etc., no está contribuyendo a la acumulación de actos injustos. Si trabaja bajo el régimen, debe percatarse de la probidad de su labor según sepa de la probidad del mismo régimen; si es para la iniciativa privada, qué de bueno ofrece lo que hace. También puede argumentar que los más altos vuelos del espíritu justifican cualquier actividad; lo cual lo enceguece a mirar las consecuencias de la afirmar la separación entre el pensamiento y la acción. Por eso es tan difícil la pregunta por el mejor modo de vida, pues exige cuestionar las actividades a las que estamos acostumbrados y no caer en reduccionismos imposibles. Así como la pregunta por lo justo requiere responder por qué es mejor ser justo que injusto, la pregunta por el mejor modo de vida exige responder por qué es mejor ser sabio que ignorante (una vez que se ha respondido en qué consiste la sabiduría y la posibilidad de acceder a ella) y demostrar la posibilidad de la sabiduría en el mundo productivo. 

Fulladosa

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