El mundo no está
en contra del arte ni contra cualquier actividad que no se ajuste a la
productividad. Aunque el mundo se enfoca a intentar perfeccionar los mecanismos
que proporcionen la máxima productividad. El arte no es un producto, pero se
puede consumir como tal; la reflexión nos parece poco productiva, pero mediante
ella se pueden innovar y justificar las metodologías que garanticen la mejor productividad.
Tales paradojas nos demuestran que no tenemos totalmente claro cómo usar
adecuadamente las perlas de la razón, ni si hay un modo adecuado de convivir
con el mundo productivo. Dicho de otra manera: todo artista u hombre de ocio no
se encuentra en el extremo de odiar el egoísmo comercial hasta el punto de no
formar parte del mismo, ni el mundo comercial arruina el arte o la posibilidad
de reflexionar. El mejor modo de vida no se encuentra en la incorpórea pregunta
por el ser ni en la posibilidad de tener la satisfacción plena de los sentidos.
Más que una
definición, la filosofía, como cualquier arte, es una actividad, lo cual no la
transforma en mera acción o producción. Pero sin acción no hay filosofía. ¿Cuál
es la pregunta central de la filosofía?: ¿cuál es el mejor modo de vida? La
pregunta nos obliga a observar nuestras acciones (ya realizadas y las que
estamos planeando) a reflexionar si ellas fueron y son las mejores. La pregunta
central de la filosofía nos obliga a reflexionarnos a nosotros mismos, a saber
por qué actuamos, para qué actuamos; ¿cuál es el mejor modo de actuar?, ¿qué
acciones nos acercan más a filosofar? Separar la reflexión filosófica de la
actividad inevitablemente lleva a creer en el destino, a aceptarnos como
totalmente indefensos ante lo que “algo desconocido” nos depare; el destino es
todo poderoso y nuestras acciones son débiles, víctimas de ese algo. Creer en
la impotencia de la acción, de la elección por lo justo, por lo mejor, es creer
que el filosofar es destino. Qué sea la sabiduría y cómo es posible acercarse a
ella afecta directamente a la pregunta principal de la filosofía.
Vivir y
reflexionar en un mundo productivo es posible siempre que nuestro interés, el
punto vital de nuestras acciones, apunte directamente a la búsqueda por la
sabiduría. Un albañil puede filosofar sin necesidad de hacerse con los medios
de producción siempre que su amor hacia el saber lo ayude a encaminarse hacia
la actividad reflexiva; si lee un diálogo platónico con amor, posiblemente
podrá hacerse de las preguntas socráticas sin necesidad de tener un doctorado.
El chico de oficina que no es consciente de su espacio en el mundo por carecer
de una ventana, siempre podrá apoyarse en lo que hace y cuestionar si su
actividad es justa o injusta; si el rellenar formatos, oficios, etc., no está
contribuyendo a la acumulación de actos injustos. Si trabaja bajo el régimen,
debe percatarse de la probidad de su labor según sepa de la probidad del mismo
régimen; si es para la iniciativa privada, qué de bueno ofrece lo que hace.
También puede argumentar que los más altos vuelos del espíritu justifican
cualquier actividad; lo cual lo enceguece a mirar las consecuencias de la
afirmar la separación entre el pensamiento y la acción. Por eso es tan difícil
la pregunta por el mejor modo de vida, pues exige cuestionar las actividades a
las que estamos acostumbrados y no caer en reduccionismos imposibles. Así como
la pregunta por lo justo requiere responder por qué es mejor ser justo que
injusto, la pregunta por el mejor modo de vida exige responder por qué es mejor
ser sabio que ignorante (una vez que se ha respondido en qué consiste la
sabiduría y la posibilidad de acceder a ella) y demostrar la posibilidad de la
sabiduría en el mundo productivo.
Fulladosa
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