Razón amorosa
Es
difícil creer que el mundo moderno esté falto de reflexión por falta de tiempo
para ello. En realidad es difícil aceptar esa afirmación en cualquier tiempo.
El pensamiento siempre se ha presentado, en sus mejores casos, como algo
excepcional. Como la política, necesita del ocio para su ejercicio. Lo primero
que pensamos es que la vida cotidiana es demasiado ominosa en sus cuidados como
para permitir que una vida vivida para pensar se mantenga sin necesidad de
atenderla. No confundamos, no obstante, ese requerimiento con el ejercicio como
tal. No hay que hacer de la coincidencia un destino. No creo en que el
pensamiento esté opuesto a la vida cotidiana, porque no creo en que sea un
pasatiempo. El pensar nos permite entender y navegar en lo cotidiano.
Una
vida para pensar tiene el impedimento de que pensar no es un negocio que
permite mantenerse. Polvo somos, y polvo que necesita mantenerse siéndolo, para
convertirnos en lo mismo. El ocio nunca garantizó la existencia de la
filosofía, sólo la permitió. Por ello nunca deja de ser sorpresivo el
socratismo que hace de la virtud y la verdad una discusión en la pobreza. Los
talentos se arruinan tanto en la dedicación a “lo mundano” como en el ocio
desaprovechado. Sócrates abrió una ventana en lo ordinario: conversaciones con
gentes memorables, ideas constantes, que reproducen la lectura. Platónicamente,
dialogar es una emanación socrática; las mañas del pensador, sus emociones
vagan en la imaginación atenta, esmerada, que puede hacerles tiempo con
suficiente convicción.
Sería
falso decir que el socratismo permite labrar filósofos. Pero sí permite que su
vida, su acto y palabra, nos muestre en obras e interrogue acerca de lo
filosófico. Un lector atento, aunque desprevenido, se quedará con la idea de
que el socratismo es el sistema platónico de la verdad: la división de los
mundos y la importancia de la inteligencia para hablar de lo inteligible. Es
una lectura posible de la filosofía: la burla sobre Tales y la irresoluble
querella entre el filósofo con la ciudad se esconden ahí, y el lector tardará
en reconocerlo, o quizá nunca lo haga. Ahí hay un reconocimiento que nos lleva a
vagar por lugares remotos: el interrogador es reconocido porque se llama,
irónicamente, un ignorante.
No
hay, hasta donde sé, una musa para la filosofía. Pero incluso poéticamente
sería una contradicción afirmar y creer sinceramente que la poesía esté opuesta
a la carne que nos obliga a trabajar (la poesía entera es un trabajo). La
filosofía no es, entonces, una vida inspirada al estilo de las musas. Sócrates
era un enamorado distinto al poeta. Decía que el amor era cuestión importante
porque era lo único que nos elevaba a nuestro ser original, de lo cual el amor
de los amantes era un símil. ¿Será que la filosofía era solamente un amor por
conversar con jóvenes bellos? Aparte de esa versión que lo hace un enamorado de
jóvenes, podría ser que sus preguntas por la verdad muestren, con el hecho de
no ser conclusivas, que no hay a dónde llegar. La filosofía es sólo ejercicio
de la superioridad intelectual. Extrañamente, Sócrates hablaba del amor en un
diálogo que se vuelca en un análisis sobre la fuente del poder de la retórica y
el lenguaje. Extrañamente, el problema del amor se da una vida que cuestionó la
tiranía, así como se defendió a sí mismo y a su oficio de acusaciones que involucraban
lo polémico de la justicia sobre un individuo. En la existencia platónica del
filósofo, su esposa e hijos no son personajes; tampoco, por ende, su oficio.
Sólo esa pobreza que se templa con el fuego de su capacidad intelectual.
La
filosofía naufraga cuando la vida moderna se transforma en un pretexto. El
verdadero problema de lo filosófico de cara a lo moderno no está en lo opresivo
que es el progreso, sino en la dificultad que lo moderno crea para disimular lo
catastrófico de una vida que disuade en torno a la libertad por la verdad. Es
un problema político, cuya tensión teológica y filosófica es palpable en la re-paganización
de la felicidad. Sócrates sabía conversar porque sabía del vínculo entre
nuestros pensamientos y nuestra vida: la burla o silencio hacia él era el amor
a las ideas propias, el placer de la ignorancia. La filosofía hace de la razón
una vida mejor. Es la posibilidad de una mejor vida en oposición a la tiranía,
y en tensión con la política. Una tensión que nos muestra al amor y la razón en
la misma vida, en contra del prejuicio carnal más inmediato.
Tacitus
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