Presentación

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domingo, 25 de diciembre de 2016

Razón amorosa

Razón amorosa
Es difícil creer que el mundo moderno esté falto de reflexión por falta de tiempo para ello. En realidad es difícil aceptar esa afirmación en cualquier tiempo. El pensamiento siempre se ha presentado, en sus mejores casos, como algo excepcional. Como la política, necesita del ocio para su ejercicio. Lo primero que pensamos es que la vida cotidiana es demasiado ominosa en sus cuidados como para permitir que una vida vivida para pensar se mantenga sin necesidad de atenderla. No confundamos, no obstante, ese requerimiento con el ejercicio como tal. No hay que hacer de la coincidencia un destino. No creo en que el pensamiento esté opuesto a la vida cotidiana, porque no creo en que sea un pasatiempo. El pensar nos permite entender y navegar en lo cotidiano.
Una vida para pensar tiene el impedimento de que pensar no es un negocio que permite mantenerse. Polvo somos, y polvo que necesita mantenerse siéndolo, para convertirnos en lo mismo. El ocio nunca garantizó la existencia de la filosofía, sólo la permitió. Por ello nunca deja de ser sorpresivo el socratismo que hace de la virtud y la verdad una discusión en la pobreza. Los talentos se arruinan tanto en la dedicación a “lo mundano” como en el ocio desaprovechado. Sócrates abrió una ventana en lo ordinario: conversaciones con gentes memorables, ideas constantes, que reproducen la lectura. Platónicamente, dialogar es una emanación socrática; las mañas del pensador, sus emociones vagan en la imaginación atenta, esmerada, que puede hacerles tiempo con suficiente convicción.
Sería falso decir que el socratismo permite labrar filósofos. Pero sí permite que su vida, su acto y palabra, nos muestre en obras e interrogue acerca de lo filosófico. Un lector atento, aunque desprevenido, se quedará con la idea de que el socratismo es el sistema platónico de la verdad: la división de los mundos y la importancia de la inteligencia para hablar de lo inteligible. Es una lectura posible de la filosofía: la burla sobre Tales y la irresoluble querella entre el filósofo con la ciudad se esconden ahí, y el lector tardará en reconocerlo, o quizá nunca lo haga. Ahí hay un reconocimiento que nos lleva a vagar por lugares remotos: el interrogador es reconocido porque se llama, irónicamente, un ignorante.
No hay, hasta donde sé, una musa para la filosofía. Pero incluso poéticamente sería una contradicción afirmar y creer sinceramente que la poesía esté opuesta a la carne que nos obliga a trabajar (la poesía entera es un trabajo). La filosofía no es, entonces, una vida inspirada al estilo de las musas. Sócrates era un enamorado distinto al poeta. Decía que el amor era cuestión importante porque era lo único que nos elevaba a nuestro ser original, de lo cual el amor de los amantes era un símil. ¿Será que la filosofía era solamente un amor por conversar con jóvenes bellos? Aparte de esa versión que lo hace un enamorado de jóvenes, podría ser que sus preguntas por la verdad muestren, con el hecho de no ser conclusivas, que no hay a dónde llegar. La filosofía es sólo ejercicio de la superioridad intelectual. Extrañamente, Sócrates hablaba del amor en un diálogo que se vuelca en un análisis sobre la fuente del poder de la retórica y el lenguaje. Extrañamente, el problema del amor se da una vida que cuestionó la tiranía, así como se defendió a sí mismo y a su oficio de acusaciones que involucraban lo polémico de la justicia sobre un individuo. En la existencia platónica del filósofo, su esposa e hijos no son personajes; tampoco, por ende, su oficio. Sólo esa pobreza que se templa con el fuego de su capacidad intelectual.

La filosofía naufraga cuando la vida moderna se transforma en un pretexto. El verdadero problema de lo filosófico de cara a lo moderno no está en lo opresivo que es el progreso, sino en la dificultad que lo moderno crea para disimular lo catastrófico de una vida que disuade en torno a la libertad por la verdad. Es un problema político, cuya tensión teológica y filosófica es palpable en la re-paganización de la felicidad. Sócrates sabía conversar porque sabía del vínculo entre nuestros pensamientos y nuestra vida: la burla o silencio hacia él era el amor a las ideas propias, el placer de la ignorancia. La filosofía hace de la razón una vida mejor. Es la posibilidad de una mejor vida en oposición a la tiranía, y en tensión con la política. Una tensión que nos muestra al amor y la razón en la misma vida, en contra del prejuicio carnal más inmediato.


Tacitus

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